Extraña familia

Era la familia más extraña de la ciudad.
El papá, Juan Carlos, tenía un trabajo único en el mundo: limpia vidrios. Sí, ya sé, ustedes dirán: es un trabajo de lo más común; pero si les digo limpia vidrios de aviones, ahí la cosa cambia, ¿ verdad?. Sí señores, Juan Carlos era el único empleado del aeropuerto capaz de hacer esa labor, es por eso que estaba bien pago; y no era para menos, su habilidad innata consistía en saltar y mantenerse en el aire cuantas veces era necesario sin cansarse. Conviene aclarar algo, su conservación en el aire era proporcional a la altura de su salto; así que calculen, 5 mts x 5 seg, suficiente para limpiar cada ventanilla del avión. Ahora viene al caso decir que el parabrisas y las ventanas que estaban sobre las alas, las hacía parado, eso sí, había que saltar hasta la nariz y las alas; un juego de niños para él. Y como sería de importante y singular su oficio que le habían puesto un despacho para él solo con un cartel en la puerta que decía: Juan Carlos Alta, principal limpia vidrios aéreo.

La mamá, Stella Maris, se dedicaba al hogar.
Eficiente ama de casa y amorosa madre de Carlitos, un hermoso bebé de un añito y medio. Ella compartía de alguna manera la habilidad de su marido; de hecho fue lo que más le atrajo de él desde que lo vio por primera vez. Y ¿ por qué? dirán ustedes, si eso de andar a los saltos no debería ser nada atractivo para una mujer. Pues verán, ella nació en Australia, tierra de canguros si las hay, y bueno, los saltos de su esposo la hicieron sentir desde el primer momento, como en casa.
Y a partir de entonces que están juntos y felices de la vida; mas su mayor felicidad es su hijo. Pero… ¿cuál es el colmo de su alegría? No podría ser otra cosa que Carlitos saltara y fuera el orgullo del hogar. Y lo era. El bebé dio sus primeros saltitos al año, y es más, lo están entrenando para una competencia internacional de bebés en salto al pañal, que se realizará en tres meses en la ciudad de Saltillo, México. Le dedican dos horas diarias a la práctica; ponen hileras de pañales en la vereda y Carlitos los pasa uno a uno ante la mirada atenta de sus padres y el aplauso de los vecinos, que no le pierden saltito alentándolo para que gane el certamen y deje bien en alto el nombre de su ciudad.

Han pasado tres meses, el pueblo está en el aeropuerto; han ido a recibir al campeón más pequeño del mundo, al orgullo de la ciudad de Salta: Carlitos Alta. Él baja del avión de la mano de sus padres, Stella Maris y Juan Carlos Alta; exhibiendo sonriente la copa de ganador; y, como no podía ser de otra manera, pronto se unen a su gente saltando de alegría.

Olga Teresa